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los escenarios de
“Tango para una asesina” (4)
“Su auditorio le aplaudió entusiasmado y, con una reverencia digna del mismísimo Casanova, le cedió el testigo a doña Teresa”.
Nuestro paseo nos lleva hasta el mirador que ocupa el lugar en el que estuvo el convento de San Lázaro. Desde una de sus galerías, Juan Bautista Martínez del Mazo pintó en 1647, por encargo de príncipe Baltasar Carlos, una vista de Zaragoza que había de ocupar “un lienzo de nueve palmos de alto y más de quatro varas castellanas de ancho” (189 x 336 cm aproximadamente).
Se trata de un cuadro que es una estupenda “fotografía” de la Zaragoza del siglo XVII y en el que se aprecia la riqueza arquitectónica que tuvo la ciudad (y la pérdida de grandes edificios que hemos sufrido). En la pintura se aprecia un destrozado puente de piedra, cuyos arcos centrales quedaron destruidos en una riada.
Quizás una vista semejante a la que contemplamos –aunque un siglo después de que la retratara Martínez del Mazo, que por cierto era yerno de Velázquez– es la que quizás también pudo ver el más famoso amante de la historia: el aventurero italiano Giacomo Casanova que, en su libro “Historia de mi vida”, hace referencia a sus orígenes familiares zaragozanos.
Pero hablando de amantes famosos, volvamos al príncipe Baltasar Carlos; un joven enamorado de Zaragoza que, además de encargar la pintura en la que nos hemos detenido, frecuentaba habitualmente la ciudad. Tanto era su amor por ella, que pidió que, al morir, su corazón fuera enterrado en Zaragoza. Y así ocurrió. Descansa por los siglos de los siglos en una arqueta carmesí en el altar de la Seo.
Quiso el azar que en uno de aquellos viajes, el joven príncipe, hijo de Felipe IV, muriera de viruela a una semana de cumplir los 17 años. De viruela o, como diría doña Asunción Villalpando antes de santiguarse, “…o vaya usted a saber de qué”. Porque hay quien dice que el muchacho, además de su afición por Zaragoza, la tenía también por las zaragozanas… ¡De toda condición! Y especialmente por las de cierto barrio al que las lenguas malas llamaban barrio de “la putería”.
Origen de la imagen del post: Museo del Prado
https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/vista-de-zaragoza/42f710b7-b3e1-4a51-90f0-e02b7acccf7c
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“Tango para una asesina” (4)
“Su auditorio le aplaudió entusiasmado y, con una reverencia digna del mismísimo Casanova, le cedió el testigo a doña Teresa”.
Nuestro paseo nos lleva hasta el mirador que ocupa el lugar en el que estuvo el convento de San Lázaro. Desde una de sus galerías, Juan Bautista Martínez del Mazo pintó en 1647, por encargo de príncipe Baltasar Carlos, una vista de Zaragoza que había de ocupar “un lienzo de nueve palmos de alto y más de quatro varas castellanas de ancho” (189 x 336 cm aproximadamente).
Se trata de un cuadro que es una estupenda “fotografía” de la Zaragoza del siglo XVII y en el que se aprecia la riqueza arquitectónica que tuvo la ciudad (y la pérdida de grandes edificios que hemos sufrido). En la pintura se aprecia un destrozado puente de piedra, cuyos arcos centrales quedaron destruidos en una riada.
Quizás una vista semejante a la que contemplamos –aunque un siglo después de que la retratara Martínez del Mazo, que por cierto era yerno de Velázquez– es la que quizás también pudo ver el más famoso amante de la historia: el aventurero italiano Giacomo Casanova que, en su libro “Historia de mi vida”, hace referencia a sus orígenes familiares zaragozanos.
Pero hablando de amantes famosos, volvamos al príncipe Baltasar Carlos; un joven enamorado de Zaragoza que, además de encargar la pintura en la que nos hemos detenido, frecuentaba habitualmente la ciudad. Tanto era su amor por ella, que pidió que, al morir, su corazón fuera enterrado en Zaragoza. Y así ocurrió. Descansa por los siglos de los siglos en una arqueta carmesí en el altar de la Seo.
Quiso el azar que en uno de aquellos viajes, el joven príncipe, hijo de Felipe IV, muriera de viruela a una semana de cumplir los 17 años. De viruela o, como diría doña Asunción Villalpando antes de santiguarse, “…o vaya usted a saber de qué”. Porque hay quien dice que el muchacho, además de su afición por Zaragoza, la tenía también por las zaragozanas… ¡De toda condición! Y especialmente por las de cierto barrio al que las lenguas malas llamaban barrio de “la putería”.
Origen de la imagen del post: Museo del Prado
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